El estéril debate sobre el sistema electoral

No hay sistema electoral óptimo, todos tienen crítica y contraindicaciones. Solo cabe aspirar a algunos de los subóptimos que pasan por la opción de modelos básicos y sus derivadas, fundamentalmente elegir entre un sistema mayoritario (el británico) o proporcional (el alemán), todos ellos con variantes de segunda y tercera derivada que pasan por la doble vuelta, la prima a la mayoría, el mínimo para obtener escaño… y otras técnicas.

Por todo ello cualquier debate coyuntural sobre el sistema electoral suele tener mucho de oportunismo o de maniobra de distracción. A estas alturas, con la que está cayendo, que el Partido Popular con su jefe en cabeza se vayan al escenario gaditano de la Constitución de Cádiz resulta, cuando menos, extravagante.

Además de que la propuesta sea de poco recorrido, se refiere a las elecciones locales con un modelo que en parte ya está en vigor cuando la formación de mayoría resulta imposible. Además, el modelo de lista más votada propicia la investidura, pero complica la posterior gestión a lo largo de todo el mandato.

El sistema electoral español no es el mejor, pero tampoco de los peores, compite bien con los demás sistemas vigentes en todas las democracias conocidas. No es bueno para las minorías que se ven subrepresentadas o excluidas, pero consigue una aproximación notable al óptimo en cuanto a representación proporcionada. Eso se nota cuando el distrito electoral es grande, por ejemplo en las elecciones al Parlamento Europeo con todo el censo electoral como distrito único.

En el caso español el sistema pierde proporcionalidad por el diseño de los distritos electorales, tanto a nivel estatal como autonómica. Los distritos provinciales cuentan con al menos dos escaños por provincia que provocan diferencias notorias de los votos necesarios para obtener un escaño entre las provincias pequeñas (Soria, Teruel, Zamora…) y las grandes (Madrid, Barcelona, Valencia…).

En estos momentos una reforma del sistema para mejorarlo (por ejemplo, copiando el modelo alemán, que tampoco es perfecto) requiere acuerdo de los grandes partidos que hoy es imposible. Además, requeriría razonable complicidad de los partidos minoritarios o regionales con mayorías en su territorio, que es aun más improbable. Por ello el debate sobre el sistema electoral es estéril, está llamado al fracaso y solo sirve como maniobra para distraer, para sustituir un asunto polémico por otro.

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